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UN ENCUENTRO INESPERADO  

Gaviaoxx 58M
4 posts
5/13/2020 11:50 am
UN ENCUENTRO INESPERADO

En tanto termino de escribir la segunda parte de "MI PRIMER TRÍO", les dejo este relato "inocentón" acaecido hace casi 6 años, con quien entonces era mi esposa.

En agosto de 2014, mi entonces esposa y yo pasábamos unas vacaciones de 8 días en el hotel nudista Desire Pearl, de Puerto Morelos, México. Nos gustaba el hotel por su servicio, pero sobre todo por su ambiente lleno de sensualidad en el que –a pesar de que no éramos swingers—nos la pasábamos constantemente erotizados.
Alina, que en ese entonces tenía 41 años, era una mujer muy bella, de 1.60 de estatura y cuerpo muy estético, tonificado por una impresionante constancia en el gimnasio. Su cabello castaño y ondulado enmarcaba un rostro armónico que, cuando sonreía, se convertía en un imán ineludible. Era con mucha frecuencia blanco de miradas, sobre todo masculinas, que iban desde la respetuosa admiración hasta la más depravada lascivia.
Yo me mantenía en línea y aunque mi cuerpo no era atlético, a mis 54 lucía bastante bien. Estando desnudo me han ayudado siempre la longitud y grosor de mi pene circuncidado, completamente depilado, que ha recibido comentarios muy positivos a lo largo de los años.

Llevábamos allí tres días cuando un cliente muy importante para mí, me llamó por la mañana, pidiéndome vernos esa misma tarde, ya que estaría solo tres días por el área (era español y vivía en Barcelona) y quería tratar algunos asuntos personalmente. Como era un buen amigo y nos teníamos mucha confianza, le pregunté si no le incomodaría que nos viéramos en el lobby de mi hotel. Él sabía perfectamente el tipo de establecimiento que era Desire y aceptó de inmediato. Nos citamos a las 4 PM.
Se lo comenté a Alina, quien dijo que tomaría un masaje a esa hora y así me dejaría tranquilo para mi junta. Me pareció una magnífica idea y reservamos de inmediato.

Poco antes nuestras respectivas citas, tomamos una ducha en nuestra suite, y la acompañé al SPA. Ella, que no gusta de pasearse por todo el hotel completamente desnuda, se cubrió con el más transparente de sus pareos, uno de seda en color beige que en mi opinión, lejos de cubrirla, sólo resaltaba su desnudez. Lo ató con un simple nudo al frente, lo que hacía que se abriera al caminar. Yo, que acostumbro a andar en pelotas por todos lados, por deferencia a mi cliente y porque estaríamos sentados en un sillón, me até un pareo café oscuro a la cintura.
Alina fue recibida por su terapeuta y yo me encaminé al lobby, en donde pedí un café mientras esperaba a Pablo. Al poco, un Whatsapp me advirtió: “vamos con un poco de retraso, llegamos en media hora”. Con que la puntualidad española no era tan estricta, “ahora entiendo la guerra de los cien años”, me dije bromeando para mí mismo. Pero lo que realmente me hizo algo de ruido era el plural de los verbos: “vamos” y “llegamos”. “¿Pues con quién viene?”, me pregunté.

Para hacer un poco de tiempo me fui al jacuzzi, contraviniendo la norma de acudir a esa área únicamente en pareja. La actividad estaba en su apogeo. Se llevaba los reflectores una rubia de mediana edad y de enormes tetas durísimas que cabalgaba a su marido mientras malabareaba para chupar simultáneamente los pitos erectos de dos hombres que estaban de pie a su lado, con sus respectivas parejas frotándose contra ellos por detrás. ¡Un sexteto poco usual en plena isleta del jacuzzi! Sería hipócrita decir que no me excité con el espectáculo, aunque sí me cohibí un poco al percatarme que era el único mirón que no estaba con compañía femenina. Dejé el<b> jacuzzi </font></b>y pasé por mi habitación a tomar un libro y de paso un block y bolígrafo por si había que tomar notas y volví al lobby, donde me instalé en un cómodo sillón.
A eso de las 4:30 vi a Pablo que estaba hablando con el portero, a quien le explicaba que tenía una cita de negocios conmigo. Me acerqué y aclaré el asunto, nos saludamos con el afectuoso abrazo de siempre. Con él venía Osvaldo, su instalador de confianza en tierras mexicas, y un español bajito y cejijunto que me fue presentado con el nombre de Josema. Nos acomodamos en sillones alrededor de una mesa de centro; pedimos cervezas para tres de nosotros y una Coca Cola para el abstemio y taciturno instalador.
Mientras Pablo y yo platicábamos de los pormenores del siguiente proyecto y de los alcances de mi participación en éste, Osvaldo y Josema estiraban sus cuellos para intentar ver algo más allá de la barrera natural de vegetación que se extendía por detrás del vestíbulo y abrían sus ojos como platos cuando alguna mujer se paseaba cerca de nosotros con escasísima vestimenta.

El asunto de trabajo se zanjó en menos de 15 minutos, la importancia de la reunión era básicamente el definir fechas y delimitar responsabilidades, por lo que la plática derivó rápidamente hacia lo que para ellos era un hotel sumamente inusual. Les conté de nuestra afición por el nudismo desde hacía más de 16 años y de cómo estas vacaciones re-encendían la pasión de pareja y todas esas vainas, cuando Josema y Osvaldo, que estaban frente a mí, dejaron de escucharme y entraron en una especie de trance: boca abierta, mirada fija hacia un punto que seguían sin parpadear. Instintivamente, Pablo y yo giramos las cabezas en búsqueda de objeto del hechizo y ¡cuál no sería mi sorpresa!, el punto de tanto interés era mi propia esposa Alina, quien caminaba directamente hacia nosotros con su cabello húmedo y su levísimo pareo que permitía ver sus lindas tetas y que a cada paso se abría para mostrar la hermosa rajita de mi mujer. Pablo se levantó como impulsado por un resorte y yo hice lo propio un instante después.
Después de darme un ligero beso en la boca, Alina estrechó la mano de mi cliente y le plantó los dos besos de rigor en sus rubicundas mejillas, mientras preguntaba “¿ya terminaron con sus asuntos, señores, o me debo retirar?”.
Le dijimos que desde luego era bienvenida y le presenté a los azorados visitantes: “Mi amor, este es Valo, de quien tanto te he hablado y él es Josema, recién desembarcado de la Madre Patria”. Alina saludó y besó a ambos, que seguían sin dar crédito a sus ojos y sin poder hilar dos palabras seguidas. Luego tomó asiento junto a mí, en el lugar que Pablo le cedió, buscando éste una silla para acomodarse. El mesero tomó la orden para otra ronda de bebidas que ahora incluía un agua mineral para mi esposa.
A mí, como era costumbre cuando Alina provocaba estos shocks en la gente, se me había parado el pito a su máxima expresión y decidí no esforzarme por ocultarlo. Mi mujer, al darse cuenta de mi situación, decidió jugar un poco conmigo –con todos nosotros, diría yo—y “distraídamente” dejó que el pareo volviera a abrirse, mientras platicaba animadamente con Pablo, que recuperaba el aplomo, aunque no por mucho tiempo, ya que Alina decidió cruzar la pierna de manera “masculina”, es decir, con el pie derecho sobre la rodilla izquierda, dejando a la vista su vulva abierta que revelaba unos labios menores húmedos, deliciosos.
Para rematar la tarde, al volver el mesero con la ronda, vertió encima de Alina casi toda el agua mineral y el pareo, antes transparente, se volvió casi invisible. El hombre se deshacía en disculpas al tiempo de que traía montañas de servilletas, mientras yo pensaba para mis adentros que el sector masculino de ese grupo le agradecía infinitamente su torpeza.
La reunión se levantó un cuarto de hora después, cuando mis invitados decidieron que era hora de volver al mundo real, después de este breve paréntesis por el paraíso.
Alina y yo los acompañamos hasta el motor lobby y nos regresamos de inmediato a nuestra habitación, cachondos como dos adolescentes, dispuestos a tener una sesión de sexo memorable, cosa que ocurrió y que narraré en otra oportunidad.


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